Conocí a Miguel hace muchos-muchos años ya, como todo el mundo en la U. Que uno esté poniendo carteles desde la construcción del Campus, da para eso. Gracias a Miguel me di cuenta de que había pasado el examen de admisión, a filosofía concretamente, debido a la lista de admitidos que él ponía en las mallas. Es decir, Miguel siempre era el primer encuentro para uno. Primer encuentro en todo el sentido de la palabra. La palabra que tanto le gustaba escribir en sus carteles. Y si hacemos un análisis global de estos, podríamos decir que se dividían en tres categorías: los informativos, los necrológicos y los edificantes. Por los necrológicos, por ejemplo, me enteré del suicidio de un amigo. Los terceros, es decir, los edificantes, podían estar redactados en inglés. Inglés que aprendió en la Escuela de Idiomas pero, sobre todo, gracias a su evidente autodidactismo. De hecho, me late que eso era lo único que le interesaba de las películas que programamos en el cineclub de Estudios Fílmicos. Aquellas habladas en inglés y con subtítulos en el mismo idioma. El resto, como la discusión posterior de la peli, no le interesaba para nada. Porque salía raudo, siempre ocupado. Porque uno siempre lo veía así, ocupado. Andando de aquí para allá, hablando con diversos personajes, con periódicos bajo el brazo. Es decir, era el desempleado-empleado más ocupado que uno podía encontrar en la vida. Y sus múltiples ocupaciones también le daban para alegar. Recuerdo su indignación cuando no pudo ver una de las pelis de los lunes a las cuatro. Me dijo literalmente, casi a los gritos: «¡Cómo es que no pudimos ver la película por las tales policarpas esas…!». Pero es que Miguel no entendía que el acto heroico de destruir los bienes sagrados de nuestra Universidad, de nuestra Universidad pública, sí que iba aportar a la caída del patriarcado…sus alegatos también estaban enfocados a la demora en la apertura de las puertas del auditorio Luis Alberto Álvarez para ver su anhelada película. Demora que incluso terminaba en la cancelación, porque nadie llegaba a abrir, lo que lo indignaba aun más…ese sí que era un hombre que sabía valorar y respetar el tiempo. Miguel, personaje entrañable que hizo más por la Universidad, por todos nosotros, y que lo hizo todo solito él. A diferencia del actual profesor-administrador que no mueve un dedo si antes no le garantizan una tropa de auxiliares. O sea, que ya sabemos quiénes son los que realmente mueven los dedos. Es decir, quienes son los que hacen casi todo el trabajo… 

Así que, por todo lo anterior y por mucho más: Gracias, Miguel. Sobre todo, por tu ejemplo silencioso. A partir de ahora la entrada a la U ya no será lo mismo y estará signada por la atronadora soledad gracias a tu partida.

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