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Opinión

¿Un Nobel de la Paz para quién pide intervención militar?

17/10/2025
Por: Heberto Tapias García. Profesor de la Facultad de Ingeniería de la UdeA.

«Para quienes aún consideran el Nobel de la Paz como un referente ético en el ámbito internacional, esta decisión resulta profundamente decepcionante. No se trata aquí de simples diferencias ideológicas o partidistas, sino de principios éticos. Machado ha promovido de forma explícita la activación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, un mecanismo heredado de la Guerra Fría que contempla entre sus medidas el uso de la fuerza como opción legítima. Plantear una acción armada como solución a un conflicto interno no es un gesto de reconciliación, sino una forma de legitimar la injerencia extranjera y prolongar el enfrentamiento». 

La decisión del Comité Noruego de otorgar el Premio Nobel de la Paz 2025 a la activista venezolana María Corina Machado resulta, como mínimo, desconcertante. Más allá de la sorpresa inicial, esta elección deja una amarga sensación de traición al legado de Alfred Nobel, quien concibió este reconocimiento como un homenaje a quienes promueven la fraternidad entre los pueblos, la reducción de los ejércitos y la resolución pacífica de los conflictos.

Cuesta comprender cómo el discurso y las acciones de Machado pueden interpretarse como una contribución a la paz, cuando ha defendido públicamente la necesidad de recurrir a la intervención extranjera y al uso de la fuerza militar para enfrentar la crisis política en Venezuela.

Para quienes aún consideran el Nobel de la Paz como un referente ético en el ámbito internacional, esta decisión resulta profundamente decepcionante. No se trata aquí de simples diferencias ideológicas o partidistas, sino de principios éticos. Machado ha promovido de forma explícita la activación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, un mecanismo heredado de la Guerra Fría que contempla entre sus medidas el uso de la fuerza como opción legítima. Plantear una acción armada como solución a un conflicto interno no es un gesto de reconciliación, sino una forma de legitimar la injerencia extranjera y prolongar el enfrentamiento.

Llama la atención que el Comité Noruego del Nobel haya ignorado este antecedente. En lugar de rendir homenaje a verdaderos defensores de la paz, como lo fueron Martin Luther King Jr. y Nelson Mandela, ha premiado a una figura que ha insistido en que la salida a la crisis venezolana debe pasar por el bloqueo económico y la intervención militar. Esta postura no representa el pacifismo, sino que refleja una visión beligerante de la política. Otorgarle el Nobel de la Paz a quien apoya soluciones armadas implica una contradicción evidente, además de un menosprecio hacia quienes han luchado por la paz sin recurrir a la violencia.

Resulta aún más inquietante la dedicatoria del premio. En su primera declaración tras conocerse la noticia, Machado agradeció el reconocimiento y lo dedicó a Donald Trump, a quien calificó como un «aliado decisivo». Vincular el principal símbolo internacional de la paz con una figura asociada al belicismo y la política de fuerza, evidencia una grave contradicción. Durante su mandato, la política exterior de Trump se ha caracterizado por amenazas, sanciones económicas y demostraciones de poder militar, entre ellas el reciente despliegue de portaaviones y submarinos con misiles en el Caribe como forma de presión sobre Venezuela. Al alinearse con un líder de estilo confrontacional y autoritario, Machado refuerza una narrativa que se aleja por completo de cualquier ideal pacifista.

No es la primera vez que el Comité del Nobel toma decisiones controversiales. En el pasado ha sido cuestionado por premiar a personajes como Henry Kissinger y Barack Obama, cuyos compromisos con la paz han sido ambiguos y objeto de debate. En muchos casos, el galardón ha parecido más una jugada política que un reconocimiento genuino. El caso de María Corina Machado parece seguir esa misma lógica.

La controversia adquiere mayor relevancia al considerar el momento histórico actual, caracterizado por conflictos armados, crisis humanitarias, migraciones forzadas y tensiones globales entre el multilateralismo y la hegemonía de Estados Unidos, que alimentan el temor a una guerra de escala mundial. En este contexto, el Premio Nobel de la Paz debería reafirmar que la esperanza en una convivencia mundial armoniosa reside en el diálogo, la justicia y la cooperación internacional, no en el uso de la fuerza.

Reconocer a quien respalda la intervención militar como herramienta política vacía al Nobel de su verdadero significado. Más allá del símbolo, lo que está en juego es una cuestión ética. Decisiones como el inaceptable reconocimiento a Machado, desdibujan el sentido del premio y transmiten al mundo un mensaje confuso. Si se puede premiar la paz mientras se invoca la guerra, conceptos como desarme, diplomacia o reconciliación pierden fuerza y credibilidad.

Alfred Nobel, quien creó este premio movido por la conciencia del impacto destructivo de su invento —la dinamita—, difícilmente habría aprobado este tipo de decisiones. Transformar el Nobel de la Paz en una herramienta de presión política no solo distorsiona su propósito original, sino que constituye una grave irresponsabilidad histórica.

En tiempos marcados por la polarización y el conflicto, el mundo necesita referentes éticos que no se plieguen a la conveniencia política ni a los intereses estratégicos de ninguno. La paz no puede convertirse en una palabra vacía, útil únicamente para justificar alianzas o castigar adversarios. Si el Nobel de la Paz deja de representar principios coherentes, pierde no solo su valor simbólico, sino también su razón de ser.

¡Y eso, lamentablemente, es lo que está ocurriendo!

 

 


Notas:

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