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Opinión

El otro duelo: el odio en la política

12/11/2025
Por: John Fredy Bedoya Marulanda. Economista y magíster en Ciencia Política egresado de la UdeA.

«Resulta imperativo desescalar el tono por el que transita lo político en esta coyuntura. Por ello, es vital distinguir el odio y el insulto de la crítica robusta y fundamentada, que es esencial para la salud democrática. El debate político serio —la polarización bien tramitada— se enfoca en ideas, datos e instituciones, no en la degradación de la persona. Sin embargo, el insulto del oponente, usado a diestra y siniestra como estrategia política (...), ha erosionado la confianza pública sobre las instituciones como medio para tramitar el conflicto de forma pacífica».

Los personajes del cuento «El otro duelo» de Borges, Manuel Cardoso y Carmen Silveira, se odian. En algún momento de la historia, son enrolados en uno de los ejércitos de una guerra civil, y aún cuando compartían bando, no dejaron de odiarse, pues «quizá sus pobres vidas rudimentarias no poseían otro bien que su odio y por eso lo fueron acumulando». Por ello, jamás se detuvieron a reflexionar sobre su participación en la guerra, en el partido, la bandera o las causas por las que peleaban, lo único que parecía tener trascendencia para ellos es el odio mutuo. 

En la universalidad de este cuento, encontré el espejo sin anverso de la violenta polarización política, y hago énfasis en la palabra violenta, pues pienso que no hay nada de malo en la polarización, lo malo es no saber tramitarla. Si bien cada uno posee sus propias demandas para el Estado y sobre las formas institucionales de tramitarlas, parece que al igual que estos dos personajes llevamos el odio enquistado y somos esclavos de él. 

El odio bloquea la capacidad de juicio y de percepción. En política es usado como una herramienta que busca activar la parte más básica del ser, con el objetivo de crear una reacción negativa hacia un objeto concreto y desencadenar una acción específica que puede ir desde votar en contra de una visión de país, hasta la aniquilación de un sector de la sociedad. 

En esta coyuntura electoral, dada la forma en que se manifiesta la socialización política, el odio ha ganado protagonismo. Esto tiene graves consecuencias. Sin ser exhaustivo puede mencionarse, primero, que es un caldo de cultivo para el surgimiento de totalitarismos, pues ese odio es encauzado para la supresión del contrario y la homogeneización ideológica. Segundo, trivializa los temas importantes de la política al punto de que un hecho cualquiera, puede ser el pronunciamiento sobre cómo manejar la economía o la ropa que usa algún líder,genera una reacción violenta. Tercero, no hay un razonamiento o esfuerzo por parte del ciudadano sobre las causas o consecuencias de un fenómeno, mucho menos en analizar sus consecuencias éticas, pues todo es tamizado por el sentir. Y cuarto, como subproducto de lo anterior, el ciudadano no lleva estos razonamientos a la vida práctica y termina por odiar incluso políticas que pueden beneficiarlo. 

El asunto es que el pensamiento político parece desvincularse de lo factual y echa mano de un referente emocional preestablecido que se convierte en marco global para el ciudadano. Este referente o marco emocional es hábilmente cultivado y explotado por las élites políticas y los ecosistemas mediáticos, por medio de temas como la desigualdad económica, el miedo a la pérdida de privilegios o mediante la manipulación informativa sistemática que es usada para segmentar y enfrentar a la ciudadanía. Pero al igual que la programación que hay detrás de la parte visual de un software, esta permanece oculta y se disemina. El resultado es una cultura política reaccionaria. 

Finalmente, en relación con los dos personajes del cuento, en quienes no es posible rastrear el origen de su odio, la tarea de rastrear el origen del nuestro también es ardua. Pero mientras lo encontramos, resulta imperativo desescalar el tono por el que transita lo político en esta coyuntura. Por ello, es vital distinguir el odio y el insulto de la crítica robusta y fundamentada, que es esencial para la salud democrática. El debate político serio —la polarización bien tramitada— se enfoca en ideas, datos e instituciones, no en la degradación de la persona. Sin embargo, el insulto del oponente, usado a diestra y siniestra como estrategia política —que de ninguna manera puede asimilarse con la libertad de expresión—, ha erosionado la confianza pública sobre las instituciones como medio para tramitar el conflicto de forma pacífica, y más bien, se presenta como una invitación abierta para que el ciudadano tome acciones por mano propia hacia su contrario. Para constatar, basta con revisar los comentarios y memes que se publican en las redes sociales alusivos a los líderes y seguidores de los bandos en juego —sean llamados uribistas o petristas —palabras que, de por sí, contienen ya su carga peyorativa—, o, también, realizar el acto de contrición por aquellas veces en que hemos querido reaccionar de la misma forma.


Notas:

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