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Opinión

Pensar en español y pensar la universidad

15/10/2025
Por: Francisco Cortés Rodas. Profesor del Instituto de Filosofía de la UdeA.

«La tendencia universal, determinada por el dominio del inglés en todos los campos de la vida humana, ha producido una transformación de la universidad del "homo academicus" a la universidad del "homo economicus". Esta reestructuración de la universidad, que no depende solamente de la exigencia —imperialista— de publicar en inglés, es realizada en función de los intereses y demandas de los actores del mercado capitalista. ¿Pero pensar en inglés es pensar?, se preguntó el filósofo peruano Miguel Giusti. Ante la situación tan horrible de destrucción de la democracia, los derechos, las libertades, el sistema internacional de los Estados «es tan dramático el escenario que cabe hacerse seriamente la pregunta».

La semana anterior se celebró en la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid un homenaje de despedida como profesor a uno de los intelectuales y filósofos más destacados de Europa y de América latina, José Luis Villacañas Berlanga. 

El Congreso, al que fuimos invitados profesores de diferentes universidades de nuestra región y de España, se denominó «El español, ¿lengua de pensamiento?» y planteó el problema de hasta qué punto nuestro idioma puede ser la lengua que permita expresar un pensamiento, una filosofía, una tradición crítica propia y específica de quienes lo hablamos en España y América.

Esta es una pregunta que se ha hecho, quizás desde finales del siglo XIX. Miguel de Unamuno planteó la defensa del yo español frente a la razón abstracta europea. Ortega y Gasset afirmó con su famosa frase «Yo soy yo y mis circunstancias», el pensar desde nuestra realidad histórica. Alfonso Reyes y Carlos Mariátegui propusieron que en América Latina se pensara desde la experiencia colonial y mestiza.

Javier Muguerza rechazó la idea de un «esencialismo españolista» o nostalgia patriótica. Defendía pensar desde el español, pero no sobre el español. De manera similar, Manuel Reyes Mate afirmó que pensar en español significa hacerlo desde una historia marcada por la injusticia, el exilio, la derrota y la memoria del sufrimiento.

Se reconoció en estas discusiones que la experiencia de pensar en español tiene ya un referente y es aquel que se desarrolló en la escritura y reflexión realizadas especialmente por los grandes autores de la literatura de América Latina de la segunda mitad del siglo veinte. 

Pensar en español se articula con la cuestión de pensar la universidad, que se debatió también a fondo en este congreso. La tendencia universal, determinada por el dominio del inglés en todos los campos de la vida humana, ha producido una transformación de la universidad del homo academicus a la universidad del homo oeconomicus. Esta reestructuración de la universidad, que no depende solamente de la exigencia —imperialista— de publicar en inglés, es realizada en función de los intereses y demandas de los actores del mercado capitalista.

¿Pero pensar en inglés es pensar?, se preguntó el filósofo peruano Miguel Giusti. Ante la situación tan horrible de destrucción de la democracia, los derechos, las libertades, el sistema internacional de los Estados «es tan dramático el escenario que cabe hacerse seriamente la pregunta sobre si el inglés puede ser una lengua del pensamiento.» —Giusti—.

En Colombia, como sucede en muchos otros países, los actores del mercado han descubierto que la palabra universidad es la varita mágica que permite convertir un negocio privado en una prestigiosa institución internacional de élite. En Colombia, según datos recientes, hay 216 universidades privadas, de las cuales los ejemplos más exitosos son Los Andes, Icesi y Eafit, que son universidades de élite, que imponen una racionalidad pragmático-utilitarista y que están enfocadas a la formación profesional para el mercado capitalista, es decir, producción de capital humano, no ciencia ni educación de los ciudadanos para la democracia. 

Bajo este concepto, la universidad debe actuar, entonces, como una empresa manejada estratégicamente, buscando el éxito en la competencia por fondos, profesores y estudiantes. Debe abandonar la idea de la comunidad científica como una institución básica de la producción colaborativa del conocimiento. 

El problema es que las universidades públicas en Colombia, desfinanciadas desde hace más de tres décadas como resultado de políticas neoliberales que se extienden hasta las postrimerías del actual gobierno, y sin una base material que les permita desarrollar las exigencias competititivas que el mercado les impone, han quedado condenadas a perseguir e imitar a las universidades privadas en la búsqueda del éxito en las convocatorias competitivas de investigación y en la clasificación en los rankings.

La relación entre la universidad pública y privada se muestra en esto: en comparación con las condiciones materiales de una investigación universitaria sostenible, resulta imprescindible denunciar que, sin una inversión pública atenta a las demandas científicas del medio universitario, los capitales privados impondrán de manera creciente sus objetivos en el campo de la investigación a nivel nacional y regional. Este es el problema real y concreto que tienen hoy universidades como la de Antioquia, y no el problema creado por el «politicismo» para tomarse las universidades mediante la ideológica propuesta de «constituyentes universitarias». Las universidades públicas no son alcaldías, ni campos de acción para el gamonalismo regional. Emmanuel Sieyes y Antonio Negri, creadores de la teoría del poder constituyente pensaron el problema del Estado y de su origen en la voluntad del pueblo, no en el de las universidades, ni el de las asociaciones profesorales o estudiantiles.

Las universidades públicas están expuestas entonces a dos procesos: el programa de la gobernanza neoliberal tiende al desmantelamiento gradual de las universidades públicas, que se realiza mediante la asfixia económica, cuyo propósito es maximizar el deterioro de estas universidades para justificar como alternativa la potenciación de la enseñanza privada. En esto trabajan arduamente dos de los hombres más ilustrados que ha producido Antioquia, el gobernador y alcalde de Medellín que cada día le quitan más recursos a las instituciones de educación superior pública. «Plata es plata».

«Programa de carcoma» que llena de orgullo a la actual rectora de la Universidad Eafit, una especie de Byung-Chul Han del Valle del Aburrá, que ha convertido a la universidad humanista y liberal que dejó a Medellín el verdaderamente ilustrado historiador Juan Luis Mejía, en una universidad de innovación. Nuestra Byung-Chul Han, que no tiene ningún recato teórico —cita desde Platón, a Hobbes, desde Rousseau a Rawls como pan comido— para justificar su precaria y antihumanista idea de universidad. 

En el diario El País escribió: «Para Platón, por ejemplo, las ideas eran las formas que daban sentido a lo real; mientras que Hannah Arendt planteaba que el pensamiento era la capacidad de interrumpir la inercia de la historia e introducir algo nuevo». ¡Qué novedad! Menos mal nos lo contó a los filósofos del Instituto de Filosofía de la UdeA, que ya cumplió 50 años de vida, pero que parece que no le damos ni a los talones a la distinguida rectora, que en su posición burocrática anterior manejaba el Metro de Medellín.

¿Pero qué es toda este sinsentido? Eso, un sinsentido, un flatus vocis, como se decía en la filosofía medieval. La universidad de innovación no es universidad precisamente porque la universidad debe ser un lugar del conocimiento académico y científico, no de la producción de saberes técnicos y de innovación. La «business university» hizo posible el cambio de una cultura basada en el conocimiento a una centrada en la producción de saberes —técnicos, innovación—, para organizar encuentros y poder reunir a emprendedores, inversionistas, universidades y empresas para conversar sobre innovación, creatividad y futuro. Y están fascinados ahora con la inteligencia artificial. 

Hoy se padece en las universidades, por cuenta de los encuentros online, de millones de foros, eventos, —el encuentrismo y papierismo exacerbado— hecho para estar presente en el mundo digital de las redes, «flatus vocis».

La otra amenaza  para la universidad pública es el «politicismo», que al igual que el «economicismo» pasa por alto que la sociedad ejerce un influjo causal con aquellas dimensiones suyas que no son políticas. En efecto, la actual crisis de la universidad, pública y privada, está anclada en una crisis mayor y de más alto alcance que comprende otras vertientes: la económica, la social, la científica, la ecológica y el capitalismo que se hunde. La crisis de la universidad solo se puede comprender desde una perspeciva crítica más amplia y que considere la totalidad social en la que está anclada la democracia, la sociedad y el capitalismo.

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• Esta columna fue publicada en el sitio web de La Silla Vacía


 

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