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Opinión

Presidenciales 2026: entre el espejismo de la unidad y el centro ilusorio

26/11/2025
Por: David Tobón Orozco. Profesor de la Facultad de Ciencias Económicas de la UdeA.

«¿Cómo evitar que la polarización nos condene otra vez a elegir entre el miedo y la rabia, y no entre proyectos de país? Una primera respuesta pasa por la responsabilidad de los propios candidatos. No basta repetir la palabra unidad en cada entrevista; se requiere un mecanismo de depuración serio, vinculante y temprano. Consultas interpartidistas con reglas claras, compromisos públicos de respetar sus resultados y renunciar a la candidatura si se pierde, calendarios que obliguen a definirse antes de marzo y no en la víspera de la inscripción. El que quiera jugar solo, que lo haga, pero sin disfrazarse de salvador mientras atomiza la oferta».

En mi columna anterior advertí dos problemas de nuestro mecanismo de segunda vuelta para la presidencial: una primera vuelta fragmentada hasta la irracionalidad y una segunda vuelta plagada de transacciones ocultas que empeñan al ganador desde el primer día. Hoy, con la encuesta de Cifras y Conceptos en mano y más de setenta precandidatos declarados o insinuados, el diagnóstico no solo se confirma: se agrava.

Por un lado, el espejismo de la unidad es cada vez más evidente. Los partidos que prometían mecanismos de depuración terminaron en peleas internas, encuestas abortadas, listas de firmas interminables y egos desatados. Casi todos quieren hacerse contar en mayo, aunque sumen 1 % o menos. En la práctica, esa obsesión por figurar en el tarjetón equivale a entregarle la elección a quien llegue más organizado, no necesariamente al mejor preparado para gobernar. La paradoja es que muchos de quienes dicen oponerse al continuismo de turno están trabajando, sin quererlo, para garantizarlo.

Al otro lado, el petrismo ya hizo la tarea que los demás aplazaron: definió con tiempo a su candidato y lo puso a recorrer el país. Mientras en la derecha y el llamado centro se multiplican los aspirantes y se hunden los acuerdos, Iván Cepeda, Abelardo de la Espriella y Sergio Fajardo se despegan del pelotón en las encuestas, cada uno hablando a su nicho. La primera vuelta se perfila, entonces, como una gran eliminatoria donde el objetivo no será construir mayorías estables, sino clasificar entre los dos primeros con el mayor número posible de votos propios y el mayor número posible de rivales fragmentados.

En este escenario aparece el segundo autoengaño: el centro como tabla de salvación.La encuesta de Cifras y Conceptos registró que cerca de la mitad de los colombianos se dice de centro, lo que muchos leyeron como la confirmación de que «ya llegó la hora del centro» pero, como bien se ha señalado, ese centro es resbaladizo: más que una posición ideológica es una distancia emocional frente a la política. Buena parte de quienes se ubican allí son cínicos o apáticos, responden de centro como quien dice «bien, gracias» para salir del paso y solo deciden su voto a última hora, empujados por el miedo, la rabia o el rechazo a alguien —Thierry Ways, El centro resbaladizo— ; la otra parte no tienen claro lo que significa ser de centro porque no saben ordenar el espectro de candidatos, y se deja seducir por el que más promete consensos y unidad.

Eso tiene dos consecuencias. La primera es que un candidato de centro no gana porque el país sea de centro, sino porque se convierte en el canal más eficaz de un voto «en contra de»: contra Petro, contra la derecha, contra la corrupción, contra lo que se quiera. La segunda es que ese electorado volátil puede correr en masa hacia un polo si percibe que allí está la única opción viable para frenar al otro extremo. Con muchos aspirantes moderados dividiendo ese espacio, la segunda vuelta tiende a ser, de nuevo, un duelo entre dos minorías intensas que se odian cordialmente y se necesitan mutuamente para movilizar a sus seguidores.

¿Cómo evitar que la polarización nos condene otra vez a elegir entre el miedo y la rabia, y no entre proyectos de país? Una primera respuesta pasa por la responsabilidad de los propios candidatos. No basta repetir la palabra unidad en cada entrevista; se requiere un mecanismo de depuración serio, vinculante y temprano.Consultas interpartidistas con reglas claras, compromisos públicos de respetar sus resultados y renunciar a la candidatura si se pierde, calendarios que obliguen a definirse antes de marzo y no en la víspera de la inscripción. El que quiera jugar solo, que lo haga, pero sin disfrazarse de salvador mientras atomiza la oferta.

La segunda respuesta nos involucra como ciudadanía. Si ese centro es hoy una mezcla de apatía y desencanto, podría convertirse también en una fuerza que premie a quienes construyen acuerdos programáticos transparentes y castigue a quienes solo ofrecen coaliciones de cargos. Un presidente de consensos no es alguien blando o sin convicciones, sino alguien capaz de decir: estos son los mínimos en los que puedo pactar con mis adversarios —respeto a las instituciones, paz y seguridad, financiación de la educación pública, sostenibilidad fiscal, transición energética coherente— y estos son los límites que no estoy dispuesto a cruzar, aunque me cueste poder.

Nuestro sistema seguirá siendo de dos vueltas en 2026. No vamos a reemplazarlo por otro mecanismo más eficiente, transparente y barato como los de Borda y Approval, por más atractivos que resulten para un economista. Pero incluso dentro de este diseño hay margen para que la segunda vuelta no sea una subasta de vetos sino una escogencia entre proyectos que ya nacen apoyados en coaliciones explícitas, discutidas y escrutadas por la opinión pública. Lo contrario será repetir el ciclo: primera vuelta como feria de vanidades, segunda vuelta como mercado persa y gobierno entrante como prenda empeñada. En esta nueva elección deberíamos aprender que la responsabilidad de quienes aspiran —y de quienes votamos— importa todavía más.

 


Notas:

1. Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos. Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia. Los autores son responsables social y legalmente por sus opiniones.

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