Hannah Arendt y el significado de la acción política
Hannah Arendt y el significado de la acción política
«La tesis de Arendt es, entonces, que, a nombre de la revolución se instituyó en la época moderna una nueva forma de tiranía, a saber, la tiranía del Estado-nación, como forma de representación de la voluntad soberana del pueblo. El concepto de voluntad soberana es para Arendt por esto tan sospechoso, porque oculta, de un lado, la disolución de la pluralidad en la unidad, y, de otro lado, porque ha servido para superar la conflictividad y la discordia de la sociedad en simbolismos identificatorios de la unidad como el pueblo o la nación que ocupan el lugar vacío del poder y que excluyen a los contradictores de la unidad armónica».

Una de las cuestiones fundamentales sobre las que Hannah Arendt —de cuyo fallecimiento se cumpleeron 50 años el pasado 4 de diciembre— reflexionó a lo largo de su vida fue la del significado de la acción política. En su diagnóstico de la modernidad realizado en La condición humana, muestra que el fracaso del proyecto de la modernidad está determinado por la destrucción de la posibilidad de la existencia de un ámbito público para el ejercicio de la libertad política. Ante la desaparición de la esfera pública Arendt propuso como alternativa recuperar un sentido enfático de la política, en el cual los ciudadanos, considerados entre sí como iguales, entran en el foro público para mostrar con sus acciones y discursos, su disposición para participar en la solución de los asuntos que tienen que ver con la realización de las metas colectivas de una determinada comunidad.
En esta obra, Arendt se inspiró en el modelo de la polis griega para la construcción del «tipo ideal» de lo que debe ser una república democrática. En su representación de la polis establece que lo que hizo posible la fundación de un gobierno centrado en la libertad fue la clara separación y mutua complementación entre las esferas privada y pública. Para los griegos, la libertad se localiza exclusivamente en la esfera pública, mientras que la necesidad tiene su lugar en el ámbito privado. El hombre libre era aquel que no estaba sometido a la necesidad de la vida ni bajo el mandato de alguien, es decir, era aquel que poseía una casa, y que dominaba en ella sobre todos aquellos que estaban bajo su disposición, mediante formas prepolíticas del uso de la autoridad como son la fuerza y la violencia.
Esta estructura de análisis la encontramos también en otra de sus grandes obras: Sobre la revolución. Allí analiza y compara dos modelos de revolución: el americano y el francés. En el primer modelo de revolución se manifiesta la pasión por lo público, mientras que en el segundo se expresa el abandono colectivo de los espacios de acción y de las oportunidades de coordinación democráticas que abre una cultura secularizada. Si se considera el planteamiento de esta obra con este significado, se trata pues de una crítica republicana a la comprensión liberal de la política, en el sentido en que en el modelo revolucionario francés encuentra su expresión la filosofía liberal moderna, y el modelo de revolución americano encarna los viejos ideales civil-republicanos de la polis griega.
En la comprensión liberal de la política y del Estado —representada por Hobbes, Locke, y Constant— la política es solo un medio destinado a la protección de la sociedad —como mínimo se debe proteger la tolerancia religiosa, la libertad de discusión, la seguridad personal, las elecciones libres, el gobierno constitucional y la libertad de comprar y vender bienes y servicios en un mercado libre— para lo cual el Estado requiere del monopolio absoluto de la violencia. En esta concepción del liberalismo, el individuo en el estado de guerra cede su poder a un soberano por temor a la muerte; pierde sus derechos políticos, pero asegura así la esfera de sus intereses privados.
La tesis de Arendt es, entonces, que, a nombre de la revolución se instituyó en la época moderna una nueva forma de tiranía, a saber, la tiranía del Estado-nación, como forma de representación de la voluntad soberana del pueblo. El concepto de voluntad soberana es para Arendt por esto tan sospechoso, porque oculta, de un lado, la disolución de la pluralidad en la unidad, y, de otro lado, porque ha servido para superar la conflictividad y la discordia de la sociedad en simbolismos identificatorios de la unidad como el pueblo o la nación que ocupan el lugar vacío del poder y que excluyen a los contradictores de la unidad armónica.
La tesis de Arendt sobre el fracaso de la revolución francesa puede ser, entonces, ampliada así: sin el presupuesto de la existencia de la sociedad civil y, sin que se abra el marco de acción de una esfera de lo político, al interior del cual la sociedad pueda ejercer su poder sobre sí misma, el lugar del poder público es usurpado por quienes a nombre del pueblo asumen el control del Estado.
La idea de «libertad pública» en Arendt tiene que ver, entonces, con la conformación de un espacio público en el que los ciudadanos intervienen en la toma de decisiones de los asuntos comunes. Lo político es para Arendt el coactuar conjunto de libres e iguales en un espacio de libertad pública. En este espacio público prevalece solamente el poder de convicción de la palabra y de decisión de quienes actúan en común. En este espacio público es liberada la capacidad, fundamental para los hombres, de actuar e iniciar algo nuevo.
La política es por esto para Arendt la actividad esencial del ser humano porque mediante ésta se crea el espacio que puede protegerlo contra la insignificancia de la vida individual, al ser ésta la única que permite sacar al hombre de la oscuridad de lo meramente privado hacia la claridad de un mundo común.
Poniendo esto en un sentido más concreto, siguiendo la interpretación de Albrecht Wellmer sobre Arendt, la actividad propia de la política hoy tiene que ver en nuestras sociedades con los problemas de la consolidación y defensa de los derechos humanos fundamentales, las cuestiones de justicia social, las económicas, los problemas de la educación, la salud o los del bienestar. «Porque inclusive si aceptamos que la libertad pública es una cosa distinta de la libertad negativa, de la protección de derechos individuales, de la justicia social, de una administración eficiente o del bienestar social, igualmente es obvio que la esfera de lo político estaría suspendida en el aire si no convirtiese todos estos temas en temas políticos, si no los hiciese temas públicos comunes», escribe Wellmer.
Así, todas estas cuestiones, a saber, las de justicia social, los problemas de la educación, la salud, la economía, etcétera no son preguntas que deban ser solamente tematizadas según los puntos de vista del tecnócrata social, del empresario, del científico o del burócrata. Son, o mejor, se convierten en preguntas políticas cuando tienen que ver con la forma cómo los ciudadanos de una determinada sociedad deciden cómo quieren vivir, es decir, cuando estas preguntas son tematizadas como asuntos en los que todos estamos involucrados, porqué son «asuntos comunes» de aquel tipo que, según Arendt, se deben ventilar en las instituciones republicanas.
«Esto convierte a la libertad política en un proyecto en cualquier parte posible y, por decirlo así, en algo natural al hombre» —Wellmer—. La probabilidad de la libertad política y de que se desarrolle la vida democrática depende, entonces, de la participación de los ciudadanos en el proceso de definición de sus intereses comunes y de los medios para conseguirlos, es decir, de la activa intervención de los diversos agentes individuales y colectivos en las luchas por el reconocimiento de sus derechos civiles, políticos, sociales, económicos y culturales.
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